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Chile en la era de la volatilidad

 

Nunca fuimos isla

A lo largo de la historia de Chile ha existido una tensión entre dos visiones de nuestra posición en el mundo. En una somos una isla protegida del mundo por nuestras fronteras naturales y lejanía geográfica. En la otra somos un país pequeño abierto a los mercados globales y sometido por lo tanto a los vaivenes de los hermanos políticos y económicos del mundo. En la primera somos originales en cuanto únicos y aislados. En la segunda, nuestra originalidad consiste en la forma en que hemos interpretado los fenómenos globales, en las soluciones particulares que hemos encontrado para los desafíos que el mundo nos coloca.

Los mejores momentos económicos de nuestro país han estado asociados siempre a fenómenos globales. Nuestra primera expansión económica importante, que ocurre durante la República conservadora a principios del siglo XIX es detonada por el crecimiento de California y el impacto que tuvo sobre la demanda por bienes básicos en el Pacífico americano. La gran Guerra del Pacífico, que marca nuestra historia política e identidad nacional, fue consecuencia de una competencia con países vecinos por un recurso altamente valorado en mercados internacionales mientras todos los demás commodities caían de precio. El país enfrentó turbulencias políticas y guerra civil como resultado de la discusión sobre qué hacer respecto de las riquezas y territorios conquistados. El proletariado urbano chileno surgió, justamente con el fin del ciclo del salitre, a principios del siglo XX, cuando su colapso generó un proceso de masiva inmigración a las ciudades.

Cuando se produce la gran depresión de 1930, Chile fue de acuerdo a estudios internacionales él o a lo menos uno de los países más afectados. No es casualidad, que sea luego de este proceso, cuando se produce una transformación tan radical del sistema político chileno que, entre otras cosas, conduce a la elección del Frente Popular. No es posible entender los gobiernos de Frei y Allende sin la Guerra Fría, y no es posible entender nuestra transición a la democracia sin el fin de la Guerra Fría. Incluso hoy no es posible de entender el movimiento estudiantil, sin el fenómeno global de los indignados y de la nueva política de redes.

Mi punto es que Chile está más expuesto a los fenómenos globales de lo que solemos aceptar. Somos una economía y un sistema político expuesto a corrientes globales que enfrentan el desafío constante de encontrar soluciones propias frente a los desafíos que el mundo nos presenta.

La gran moderación y la gran agitación 


Entre fines de los años 80 y principios de los años 90 ocurrió un fenómeno global en economía que se conoce como la gran moderación. Este proceso fue una estabilización coordinada global. Su reflejo, fueron caídas en las tasas de inflación mundiales, en la volatilidad del crecimiento, en las tasas de interés y en los niveles de pobreza. Entre sus resultados estuvo un aumento exponencial en el comercio, en los flujos de capitales internacionales, en las tasas de inversión, y de empleo alrededor del mundo. Como sería de esperar esta moderación financiera y económica tuvo una expresión política y social consistente en la expansión acelerada de la democracia y los derechos civiles a nivel global.

El punto final de la gran moderación fue la Crisis Asiática. Desde entonces lo que hemos visto, es el proceso inverso que quizá debiéramos llamar “la gran agitación”. Desde entonces hemos vivido una secuencia de crisis cada vez más frecuentes e intensas. Simétricamente, las crisis políticas y sociales aparejadas se han vuelto también cada vez más frecuentes e intensas.

Durante las últimas tres décadas las opciones de política de Chile han estado por aumentar nuestra integración económica con el mundo. Durante el período de la gran moderación nos valimos de las condiciones favorables en mercados internacionales para desplegar esta estrategia. Como resultado nos hemos vuelto una de las economías más abiertas del mundo. Si uno toma la suma de las exportaciones e importaciones de Chile (sumadas en valor absoluto) y lo divide por el producto descubre que hace tres décadas este número era 25-30 por ciento y hoy llega a representar 65-70 por ciento. Si uno hace el mismo ejercicio con los flujos de entrada y salida de capitales privados descubre que hace tres décadas este número era alrededor de 10 por ciento y hoy llega representar 50 por ciento. Chile se ha vuelto una economía tremendamente abierta. Esta apertura ha traído beneficios, por cierto, sin embargo también presenta desafíos. Uno de los principales es el nivel de exposición a los ciclos mundiales que nos produce.

Cargando con la precarización

No es casualidad entonces que a medida que nuestro país (y otros) que se han ido abriendo a un mundo cada vez más volátil haya surgido con tanta fuerza la agenda de construcción de los sistemas de protección social. La integración a la economía global conduciría a mayor crecimiento esperado, OK, pero le llevaría mayor incertidumbre. En países con una población importante en pobreza o vulnerable, esto presentaba un problema. La solución fue la protección social. Y no es casualidad tampoco que hayan sido parte de los retornos del crecimiento en globalización los que hayan financiado esa expansión.

Todos sabemos que un proceso importante que ocurrió en el mercado laboral chileno ha consistido en la precarización de los contratos laborales. Éste es un proceso natural en una economía abierta y expuesta a volatilidades. Es natural que un empresario trate de dejarse el máximo grado de maniobra de no atarse las manos ante posibles contingencias. Pero los grados de cohesión que requiere una sociedad moderna también implican que los trabajadores no pueden estar expuestos a ese nivel de riesgo. Ese es el círculo que se ha tratado de cuadrar durante los últimos 20 años

Todas las recuperaciones económicas tienen cierto ritmo que también se expresa en el mercado laboral. Cuando una economía viene recién saliendo de una recesión, es normal que los empleadores sean precavidos y por ende no ofrezcan contratos indefinidos ni se comprometan con contratos que no están seguros que podrán sostener. A medida que se consolida el proceso de recuperación de la economía y se prevén los mercados laborales, uno observa, usualmente, que se van formalizando y extendiendo los contratos. Es usual, por ende, que al principio de las recuperaciones económicas los trabajos tienden a ser un poco más precarios y con contratos menos permanentes. Esto puede cambiar por políticas de gobierno que impulsen la formalización y profundización de relaciones laborales, o como resultado de un proceso de mercado en que se da “tiempo al tiempo”.

Uno de los desafíos que enfrentamos en la actualidad, consiste en la frecuencia de shocks que ha sufrido nuestra economía. No solamente tuvimos la crisis sub prime, sino que justamente antes tuvimos una severa crisis energética y justamente después tuvimos el Gran Terremoto del Bicentenario. En cierta medida uno podría argumentar que la economía chilena y en particular sus mercados laborales no han tenido realmente un espacio de pausa para poder estabilizarse. La consecuencia de esto es, por supuesto, la imposibilidad de los mercados laborales de pasar de la fase de creación de cantidad de trabajos a una de creación de calidad de empleo.

Nadie puede decir que predijo esta segunda “pata” de la crisis; eso sería una frescura, pero requería un grado importante de candidez el observar lo que estaba ocurriendo en los mercados globales y no tener la convicción de que pronto enfrentaríamos otra crisis global. Dado este contexto un gobierno debiese haber hecho dos tipos de preparaciones. Primero, acumulación de municiones para generar respuestas contra cíclicas fiscales y monetarias. Segundo, robustecer el sistema de protección social previniendo las turbulencias a las que estarían sometidos inevitablemente los trabajadores.

No hemos visto al gobierno haciendo estos esfuerzos. Al contrario, se observa por un lado, un desorden en las cuentas fiscales (particularmente las estructurales) que pocos hubieran esperado de un gobierno de derecha; y por el otro, un congelamiento del avance en la red de protección para los trabajadores. el famoso proyecto de ingreso ético familiar que recién se anuncia, en una versión mucho más tímida de la prometida, seguramente diluido por las contingencias e incompetencias del gabinete, y no hay, que sepamos, ningún proyecto de robustecimiento del sistema de seguro de cesantías que hace mucho tiempo sabemos necesita reforma y fortalecimiento. En ambos casos, propuestas integrales de reforma se encuentran disponibles en el informe del Consejo asesor presidencial Trabajo y equidad del año 2007.
Ya es tarde. La crisis está encima. Cuando se sientan las consecuencias de estas ausencias de políticas, es importante recordar, que no siempre fue así. En otros tiempos la acumulación de capacidades de respuesta macroeconómica frente a las crisis y el robustecimiento minucioso y sostenido (a veces quizá un poco lento) de la red de protección para los trabajadores, fue una prioridad. No da lo mismo.

Fuente:The Clinic

 

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