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Lavín hasta el cuello y gobierno preocupado por manifestaciones

 

Una jornada “gloriosa”. Así calificaron el paro nacional por la Educación sus principales convocantes al ver que la marcha de ayer jueves superaba las 70 mil personas (algunos llegaron a decir 100 mil) peregrinando por la principal arteria de Santiago y otros cientos de miles más caminando en regiones.
Un panorama que ni el más entusiasta tenía presupuestado, pero que sucedió en medio de la crisis más compleja que haya enfrentado Joaquín Lavín desde su llegada al gabinete de Piñera.
“Acepté el desafío de ser ministro de Educación sabiendo desde siempre lo difícil que era”, dijo el secretario de Estado en una escueta declaración que dio horas más tarde en La Moneda, donde apeló a su gestión -nuevos Simce y becas de pedagogía como ejemplo- y como buen UDI, a la familia.
En la declaración de una página dijo que le preocupaba la violencia. Hizo un llamado a la prudencia y al diálogo que busca hace varias semanas con universitarios y hace unos días con escolares, pero que ninguno de los dos ha querido responder sin dejar de movilizarse.
“Me preocupa la violencia”, dijo también, pero no ofreció soluciones, mesas de diálogo o consejos asesores al estilo de Bachelet.
En el gobierno confían que para la monumental crisis de educación que están viviendo, hay piso político y posibilidades de acuerdo. El problema de hoy, comentan en el Ejecutivo, es otro.

El verdadero problema


Pese a que la crisis de Educación no se ha resuelto y que tiene a los asesores de Lavín jugando una dura partida de ajedrez, la mayor preocupación del Presidente Piñera hoy es la alteración del orden público.
Los desórdenes que dejaron 37 detenidos y cinco efectivos de carabineros heridos de casi 100 mil manifestantes, podrían cambiar el foco y las horas de sueño del Ejecutivo.
“El problema de Lavín tiene salida”, comentan en Palacio. Pero no el control de la calle.
Por eso el llamado justamente al “autocontrol” del ministro Hinzpeter mientras se desarrollaba la marcha por la Alameda y en otras más de 15 ciudades a lo largo del país, no es azaroso.
En Palacio cuentan que el jefe de gabinete, como en otras oportunidades, había esquivado el bulto con el argumento de que se trataba de un “tema sectorial”. Pero la orden esta vez llegó de arriba.

Y a diferencia de lo que pasó en otras ocasiones con el Biministro Golborne por HidroAysén, Mañalich por la Ley Súper8 o Matte en el caso Kodama, el otrora poderoso jefe político de Piñera tuvo que asumir su rol y dar la sensación de que el gobierno y la policía podrían enfrentar a los miles de manifestantes.
“Las marchas nos están ordenando la agenda. Lo que no se puede permitir este gobierno es que se instale la tesis de: Chile país de centro izquierda versus gobierno de derecha”, comentan en La Moneda.
Cambio de foco

Por eso, en el Ejecutivo miran con lupa las casi 600 protestas que van este año. Eso sumado a las más bajas cifras de popularidad en menos de un año y medio del actual gobierno y de las crisis al interior de la misma coalición gobernante, se transforma en un problema que el Presidente no está dispuesto a seguir aguantando.

“Siempre hemos dicho que la gente se manifieste está bien, pero que se haga con bombas molotov, cortando el tránsito, esa no esa forma de manifestarse. Las bombas molotov tienen como objetivo quemar a una persona, incendiar una propiedad, eso no es manifestación”, insistió Hinzpeter mientras miles de jóvenes gritaban al cielo por una “educación pública y de calidad para todos”, incluidos parte de los alumnos más acomodados de la población.
El problema es que quienes motivan y convocan a estas manifestaciones no están de acuerdo. A pesar de que -según fuentes- en La Moneda se confíe en la capacidad para negociar del ministro Lavín, los dirigentes secundarios y universitarios no pretenden bajar la guardia. Peor aún, el ánimo es de seguir movilizados hasta que el titular del Mineduc responda las preguntas que ellos están haciendo sigue intacto.

Por eso, ya no se trata sólo de una crisis en la educación, sino también en el control que se pueda ejercer en quienes convocan a manifestarse.
El jueves en la tarde, después de destacar la “gran y gloriosa movilización” que ocurrió en la principal arteria de Santiago, la Confech declinó bajar la guardia y señaló que no se sentarán a ninguna meda de diálogo hasta que se cumpla con las garantías mínimas de responder a las demandas que personalmente entregaron a Lavín hace unas semanas.
Lo mismo pasa con los escolares, quienes ya demostraron de qué son capaces en la calle, y que aún no zanjan si continuarán paralizados o no. De hecho, en las próximas horas decidirían declarar públicamente su rechazo a la mesa de trabajo a la que fueron invitados.
Así, lejos de descomprimir el ambiente, la parada del gobierno frente a las protestas sigue desenfocada, a juicio de los manifestantes contra HidroAysén, la ley de transgénicos y semillas, las centrales de energía a carbón, la ropa para andar en bici y los estudiantes universitarios y secundarios de Chile.

Los mismos que tienen una veintena de universidades y más de 274 colegios paralizados en el país.

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