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Cómo se gestó el Golpe de 1973. Un paso atrás puede ser sin vuelta

 

Manuel Cabieses Donoso

“Audacia, audacia y más audacia”.
DANTON

El texto que se publica en estas páginas corresponde a la edición Nº 188 de “Punto Final” (17 de julio de 1973). La edición completa se puede consultar en www.pf-memoriahistorica.org
La frase puede tener repugnante sabor a “aventurerismo” para el paladar de dirigentes políticos que se niegan a abandonar la rutina parlamentaria. Pero un maestro de revolucionarios, Lenin, describió a Dantón como “el más grande maestro de táctica revolucionaria que conoce la historia”. Marx y Engels en Revolución y contrarrevolución en Alemania , resumieron en la frase del epígrafe una enseñanza fundamental de todas las revoluciones. En el caso chileno, sin duda, hace falta una dosis de lo que recomendaba Dantón.

La clase trabajadora volvió a demostrar por “enésima vez”, como dicen los jueces de la Corte Suprema, que tiene fuerzas, deseo y capacidad suficientes como para luchar por el poder. Sin embargo, una nueva oportunidad amenaza escurrirse como el agua entre los dedos. Algunos dirigentes de la Izquierda cultivan todavía el espejismo del diálogo con los “sectores democráticos” de oposición. Viven, además, bajo el peso del chantaje de la guerra civil. Es imposible que ellos ignoren que no hay oposición democrática, al menos en el sentido de fuerzas políticas que admitirán de buen grado su derrota y el traspaso del Estado de manos de una a otra clase.

Las diferencias entre la oposición “democrática” y la que no lo es, son tan sutiles que resulta casi imposible advertirlas. Mientras el Partido Nacional -que solemnemente ha declarado “ilegítimo” al gobierno- apoyó sin disimulo el abortado golpe militar del 29 de junio, el Partido Demócrata Cristiano esperó el desenlace de la sublevación del Regimiento Blindado N° 2 para pronunciarse. Naturalmente, derrotados los golpistas, se declaró en favor del respeto al orden institucional, con lo cual tampoco dijo nada.

¿QUIEN LLEVA LA BANDERA GOLPISTA?

Por otra parte, esa “oposición democrática” tomó de hecho en sus manos la bandera golpista. En efecto, no ha dado un instante de tregua al gobierno de la Unidad Popular. Le negó rotundamente las facultades que pedía para superar la difícil situación planteada por el intento gorila. Siguió, fresca y campante, destituyendo ministros e intendentes, a través de acusaciones constitucionales. Alineó a la Corte Suprema y a la Contraloría en nuevos fallos, declaraciones y dictámenes que tienden a caracterizar al gobierno como un régimen al margen de la ley. Produjo ultimátums y chantajes revestidos con la toga del par de bribones que presiden el Senado y la Cámara de Diputados. Finalmente empujó a las fuerzas armadas a lanzar peligrosos operativos contra el pueblo, bajo la excusa de la aplicación de la Ley sobre Control de Armas, que también fue elaborada por esa “oposición democrática”. Ahora se ve cuánta razón tuvo en su oportunidad el MIR al calificarla de “nueva Ley Maldita”.

Quizás nunca los golpistas de cualquier latitud tuvieron que agradecer tanto a una “oposición democrática” como en el caso de Chile. Esa oposición ha llevado al plano político -y especialmente parlamentario- una línea de acción que en justicia pertenece a los gorilas. Lo que no pudieron hacer los cañones y ametralladoras pesadas de los tanques del teniente coronel Roberto Souper Onfray, lo están haciendo cumplidamente los agentes políticos de la burguesía en e1 Congreso, los tribunales y la Contraloría. La presión, el chantaje, la amenaza, combinados a veces con oportunos halagos -como ha ocurrido con algunos de los nuevos ministros-, pueden más que los cañonazos de siete tanques rebeldes. Eso está demostrado.

La distinción que algunos hacen respecto a la naturaleza de la oposición, tiene su origen en una concepción deformada de la realidad y, por lo tanto, no proletaria. Considera a los partidos al margen de las clases que objetivamente representan. Es cierto que en el PDC militan trabajadores. Pero ese partido es un agente político de la burguesía y del imperialismo que mantiene a su lado, bajo engaño, a sectores populares. La concepción política y filosófica que lleva a ocultar o a ignorar esa realidad actúa bajo un supuesto común a toda revolución burguesa. En ellas la máquina del Estado pasa de manos de uno a otro partido. En cambio en una revolución proletaria pasa de una a otra clase. En nuestro caso, aun con las limitaciones y obstáculos que opone el socialismo reformista, la tendencia natural del proceso conduce a una revolución proletaria que va a “demoler”, en el sentido marxista de la palabra, el Estado burgués. Instituciones filosófico-políticas burguesas ejercen gran influencia en el gobierno, obstaculizando la razón proletaria.
Las repercusiones del abortado golpe del 29 de junio están demostrando, sin embargo, la tendencia central del proceso. Los partidos de la burguesía, entre ellos el Demócrata Cristiano, que esperó a brazos cruzados el curso del operativo militar contra el palacio de gobierno, y que luego tomó en sus manos las banderas golpistas, lo han advertido hace tiempo. Y actúan en forma consecuente. Diferenciados por cuestiones tácticas, PDC y PN, uno más apegado que el otro al resguardo de la “imagen democrática” que interesa cuidar a la burguesía, buscan cerrar el paso al proletariado. Pero ambos partidos son tan distintos, pero igualmente peligrosos, como un gangster de Chicago en la década del 20, tosco y brutal, y un miembro del refinado Sindicato del Crimen en la época de la mafia como empresa. Uno busca liquidar rápidamente al gobierno y el otro, matarlo con lentitud, debilitándolo, sumiéndolo en el desprestigio y quitándole el apoyo de las masas.

LA GUERRA CIVIL  

El otro aspecto que se baraja en estos días es la amenaza de una guerra civil. No está demás recordar la definición leninista: “…la guerra civil es la forma más aguda de la lucha de clases que, después de una serie colisiones y luchas económicas y políticas repetidas, acumuladas, acrecentadas, agudizadas, llega a transformarse en lucha armada de una clase contra otra”. En esta perspectiva, la posibilidad de una guerra civil en Chile es real. Pero una propaganda defectuosa en contra de ella, donde el tono defensista asume principal connotación, puede llevar directamente a la desmovilización de las propias fuerzas, sin disuadir el enemigo. Y algo de eso ha estado sucediendo, aún cuando recientes pronunciamientos del Partido Comunista, principal impulsor de la campaña contra la guerra civil, introducen importantes elementos de rectificación. (El discurso de Luis Corvalán del 8 de julio de 1973 aborda ese tema desde una nueva perspectiva, más realista).

La verdad es que la clase obrera ha dado una nueva lección que está ayudando a enrrumbar de manera diferente el problema de la guerra civil. Su reacción frente a la amenaza golpista del 29 de junio fue ocupar un centenar de fábricas de variado tamaño e importancia, y una multitud de empresas y servicios. Se establecieron en ellas formas de organización que alcanzan en muchas partes niveles revolucionarios. Simultáneamente, se fortalecieron los Comandos Comunales de Trabajadores y los Cordones Industriales, creándose en donde no existían. Los “brotes” del poder popular surgieron por todos lados gracias a la nueva embestida reaccionaria. La conciencia revolucionaria dio un nuevo salto adelante. La clase obrera apareció en primer plano, dirigiendo y orientando. Recuperó la iniciativa y cierto grado de autonomía. La propia CUT, cuya dirección se veía de algún modo resentida por el rechazo obrero a las políticas del socialismo reformista, también ganó posiciones al llamar resueltamente a la movilización de las masas y a la ocupación de las fábricas y empresas.

Una vez más se demostró que en la lucha extraparlamentaria la fuerza del proletariado y su capacidad para convocar a las masas y dirigirlas a la lucha, es mucho mayor. Siguiendo el razonamiento leninista, este aspecto tiene enorme importancia en el problema de la guerra civil. En efecto, veamos, ¿cuál fue la capacidad de captar un movimiento de masas en su apoyo que tuvo el comandante Souper con sus tanques y el auxilio de francotiradores de Patria y Libertad? ¡Ninguna! Por el contrario, atemorizado por su orfandad absoluta, llevado por su odio al pueblo, Souper hizo ametrallar civiles inermes, provocando 22 muertos (entre ellos 7 soldados, según medidas cifras oficiales). Después de tan poco gloriosa acción, no le quedó más remedio que huir en su tanque Sherman, mientras sus socios de Patria y Libertad corrían a asilarse en diversas embajadas.

Souper indudablemente pudo encender la mecha de la guerra civil. Contaba con el apoyo indisimulado del Partido Nacional y el respaldo hipócrita y oportunista del Demócrata Cristiano. ¿Pero dónde estaban las masas, el pueblo, esa heterogénea muchedumbre de burgueses, pequeñoburgueses, trabajadores engañados y lumpen que iba a tomar las armas para “barrer al marxismo”? La verdad simple y escueta es que no hubo ningún movimiento de masas que secundara la sublevación militar, y con ello manifestara su determinación de arriesgarlo todo en una guerra civil. El único movimiento de masas lo levantó el proletariado revolucionario, echando a andar sus Comandos Comunales y Cordones Industriales, ocupando fábricas, empresas y servicios, y multiplicando toda suerte de iniciativas que apuntaban a un sólo objetivo: hacer frente a un golpe o a una guerra civil. Sin aspavientos ni gestos teatrales, la clase obrera estructuró en pocas horas un poder revolucionario capaz de afrontar las primeras contingencias de un enfrentamiento. Esa misma noche, en la Plaza de la Constitución, miles de gargantas reclamaron la clausura del Congreso, identificando correctamente las fuentes del poder burgués.

NECESIDAD DE UNA DICTADURA POPULAR

Porque la fuerza real de la burguesía -lo sostuvimos en PF anterior (PF 187 del 03/07/1973) y no repetiremos aquí nuestros argumentos- es más bien precaria. Reside, por una parte, en la significativa cuota de riquezas económicas que retiene en sus manos. Pero fundamentalmente, en las instituciones del Estado que mantiene bajo su control. Su fuerza es más ficticia que real y tiene un punto de apoyo en el mismo respeto que el reformismo cultiva por los símbolos del poder burgués. Otra fuente de fuerza histórica de la burguesía, en todas partes, ha sido la propiedad de la prensa. Eso le permite mantener en la ignorancia y el engaño, mediante la desinformación, a vastos sectores que integran su “movimiento de masas” en el caso de una guerra civil. Con toda razón los Comandos Comunales y Cordones Industriales están reclamando la clausura de la prensa, radio y televisión de la burguesía.

Lo mismo puede decirse de la necesidad de fortalecer los Comandos Comunales de Trabajadores y otros organismos de poder popular. Ellos son la mejor garantía de evitar a Chile el costo de una guerra civil. Algunos partidos de Izquierda, que inicialmente no comprendieron la necesidad de estructurar un poder revolucionario antagónico al poder burgués, han recapacitado y eso abre excelentes perspectivas de desarrollo para los Comandos y Cordones. En los Comandos la clase obrera tiene la oportunidad de conquistar la dirección del conjunto de las capas y sectores sociales, estableciendo en la práctica las alianzas que le son necesarias. Es allí donde el proletariado revolucionario puede arrastrar a su campo de influencia a las más amplias masas.

Nada más orientador, a este respecto, que estudiar las reacciones de la burguesía. Terminada la sublevación de los tanques del Blindado N° 2, que en los hechos fue estrictamente un problema que se dilucidó entre militares (lo que no impidió a Souper hacer matar y herir a muchos civiles desarmados), la prensa burguesa se mofó del poder popular. Pero cuando advirtió los alcances reales de ese poder revolucionario, viró en 180 grados. Pasó bruscamente al otro extremo: atemorizando a sus lectores con un poder popular armado y listo para la insurrección. Hasta los propios sectores golpistas de las FF.AA. se sintieron alarmados. Los agentes políticos de la burguesía, tanto PN como PDC, facilitaron el argumento “legal” y se montaron espectaculares operativos militares buscando armas en Santiago, Valparaíso, Puente Alto y otras ciudades, en el curso de los cuales se cometieron numerosos abusos y arbitrariedades. El objetivo de esos allanamientos es claro: arrebatar al proletariado los escasos recursos de que disponga, en estos momentos, para debilitarlo y aislar todavía más al gobierno.

La burguesía ha mantenido al ejército y a la policía separados del pueblo y listos para actuar en contra de él. Ahora que ve surgir desde las propias entrañas de la clase obrera un auténtico poder revolucionario, quiere volver a instrumentalizar al ejército y policía contra el pueblo. Pero los tiempos han cambiado. Está lejos la época del masacrador Silva Renard, que el 21 de diciembre de 1907 ametralló y dio muerte a más de dos mil hombres, mujeres y niños en la Escuela Santa María de Iquique. Ese general “lamentó” su horrenda acción contra los huelguistas del salitre, echándole la culpa a los “agitadores” que “arrastran al pueblo a situaciones violentas, contrarias al orden social y que la majestad de la ley y la fuerza pública debe amparar, por severa que sea su misión”. No caemos en la ilusión de creer que no exista un Silva Renard en potencia en las FF.AA. Allí está Souper para demostrar que ese espíritu sigue vivo. Por lo demás, hasta el pasado gobierno, el ejército y la policía fueron usados para defender el “orden social” burgués. Sin embargo, la lucha de clases estimulada por el actual proceso, sin duda también alcanza a las FF.AA. Frente a un Souper y otros oficiales golpistas, hay numerosos mandos progresistas, suboficiales y soldados que entienden que su deber fundamental está junto al pueblo.

De allí que sea desde todo punto de vista correcto propugnar la democratización de los institutos armados y la incorporación de los militares a los organismos de poder popular en igualdad de condiciones que cualquier trabajador o especialista. Estructurando su poder desde las bases sociales, bajo la conducción de la clase obrera apoyada en campesinos y soldados, será posible articular una dictadura popular que derribe el cascarón institucional burgués para construir un nuevo esquema estatal a partir de una asamblea popular, democrática, representativa y amplia de todas las fuerzas que participan en la revolución.

Unir fuerzas
La revolución -ha dicho Fidel Castro- es el arte de unir fuerzas. La historia de la propia Revolución Cubana es la mejor ratificación de esa tesis. Desde el asalto al Cuartel Moncada, cuyo vigésimo aniversario se conmemora en estos días -y al cual PF dedica en esta edición su sincero homenaje-, el curso de la Revolución Cubana es la historia de una constante acumulación de fuerzas que permitió alcanzar la victoria.

Lo que permite unir y ganar fuerzas en un sentido revolucionario es la lucha por el poder. Esta es condición inseparable en la tarea de acumular fuerzas. Si no se plantea la lucha revolucionaria por el poder, no se conquistan nuevas fuerzas. Y no se alcanza la victoria si en el transcurso de la lucha no se actúa de manera de convocar cada vez más sectores a la batalla.

Esta experiencia universal que brindan revoluciones como la cubana, debe inspirar a los partidos del proletariado chileno. En realidad ha sido la propia clase obrera, como suele ocurrir, la que ha venido a plantearlo con crudo realismo. El asedio reaccionario, que se está valiendo de todos los instrumentos creados por el Estado burgués, incluyendo el aparato armado, ha llevado a la clase obrera chilena a un alto nivel de organización y movilización. El abortado golpe militar del 29 de junio ha encontrado una respuesta ejemplar de parte de los trabajadores. El poder revolucionario de las masas, que se expresa en sus organizaciones sindicales, en los Comandos Comunales y Cordones Industriales, etc., ha experimentado considerable impulso. El poder popular tan temido por la burguesía comienza a ponerse de pie y a dar sus primeros pasos. La clase obrera toma en ese terreno un visible papel conductor. Se pone en primer plano al ocupar industrias, organizar su defensa y planificar la producción y distribución. La actividad pujante de la clase obrera se vuelve contagiosa y estimulante. Nuevos sectores de la población, hasta ahora relativamente neutros, se incorporan a este tipo de organización y toman su puesto en la lucha que dirigen los obreros. Es muy claro que en todo esto emerge la voluntad de alcanzar el poder, rechazando las amenazas y el chantaje con los cuales la burguesía matiza su propio juego. Mientras se mantenga evidente el rumbo hacia el poder -y esto hace a una correcta dirección revolucionaria-, los trabajadores estarán uniendo más fuerzas y garantizando con ello su victoria.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 785, 12 de julio, 2013
www.pf-memoriahistorica.org

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