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¿Energía renovable para Chile?

 

Martín Jacques Coper y Pablo Sánchez Alfaro, Colectivo Viento Sur. Junio de 2011

Entre los grandes mitos sobre los que se sostiene el statu quo del poder político y económico en Chile destaca actualmente el de la necesidad de duplicar la capacidad de nuestra matriz energética en los próximos 10 años. Esta aparente urgencia se basa en la premisa de que el crecimiento económico del país es deseable y necesario. De forma completamente dogmática, a estas alturas ni siquiera resulta necesario para los empresarios y políticos justificar este punto, pues se subentiende que el crecimiento económico del país implica directamente el desarrollo de Chile –en un sentido amplio, pero particularmente material-. Así las cosas, hay quienes desde el gobierno no dudan en plantear que para superar la pobreza, Chile necesita más energía; es decir, el modelo que genera desigualdad y pobreza, precisa ilógicamente extremarse para superar sus propios efectos nefastos. Paradójicamente, la desigualdad en Chile no ha disminuido precisamente en un periodo de proclamado crecimiento de la economía nacional: la promesa de las bondades del chorreo no se sostiene más. Sin embargo, soslayando el problema de fondo -de si acaso necesitamos y queremos crecer-, la discusión sigue siendo de formas. Cabe destacar que, como lo ha señalado entre otros Roberto Román, incluso bajo el supuesto descrito de una inminente expansión económica (que implicaría un crecimiento irrealista de la demanda de un 5,8% anual), Chile podría prescindir completamente del proyecto HidroAysén en particular, considerando aquéllos que se encuentran actualmente en cartera y un adecuado plan de eficiencia energética (eficiencia, ¿no es acaso ésta una virtud buscada en la lógica neoliberal?).

En este contexto se ha dado la aprobación para la construcción de las ya famosas cinco represas en la Patagonia. No es ésta sino una más de las oportunidades de negocio aprovechadas por grandes consorcios trasnacionales, que conforman un oligopolio bien asentado en un mercado liberalizado, amparado y promovido por la legalidad chilena. Y es claro: ante una falta de proyecto país (¡y no sólo en materia energética!), no hay reglas que respetar ni límites a qué atenerse, ¡grito y plata! De esta forma, históricamente, han sido las iniciativas privadas las que han determinado la oferta y la demanda de la electricidad en Chile, definiendo cómo, dónde y para qué producirla. Es más: hoy se insiste en justificar la acción gubernamental, a favor del capital, mediante la falacia de que el problema no es si un determinado proyecto nos gusta o no; el asunto es si éste se ajusta al marco legal que como nación nos hemos dado. La discusión sobre la pretensión de legitimidad democrática de la legalidad chilena, sin embargo, trasciende los alcances de esta columna.
Así pues, no es de sorprender que, una vez instalada en la opinión pública tal falso supuesto de la imperiosidad de crecer, la “solución” planteada sea completamente convencional y se insista en tradicionales y elementales formas de generación: termoeléctricas, nucleoeléctricas y megacentrales hidráulicas, propuestas que buscan explotar el negocio y las ganancias, en vez de enfrentar los inminentes desafíos del siglo XXI en sus diversas dimensiones (p.ej. social, ambiental, tecnológica). Frente a este fraude del capitalismo, la acción ciudadana organizada -aunque efectivamente minoritaria en medio de un país típicamente estático- ha constituido mucho más que una reacción de último momento, como lo han intentado reducir los lobbystas de HidroAysén. Su descontento nace de la indignación frente al desvergonzado y devastador aprovechamiento por parte de pocos, frente a la constatación del despojo del país. Es entonces que aparece una demanda ciudadana no exenta de dicotomías: energía renovable para Chile.

Para ser rigurosos, debemos afirmar que, en la actualidad, la matriz eléctrica del Sistema Interconectado Central (SIC, el más grande del país) es en un importante porcentaje renovable (~35%). Sin embargo, se establece la diferencia entre las actuales megarrepresas -añejas soluciones a un falso dilema de crecimiento económico- y las fuentes de energía renovable no convencionales (ERNC). Éstas incluyen, entre otras, las energías geotérmica, solar, eólica, minihidráulica, de la biomasa y del mar (mareomotriz y undimotriz -de las mareas y las olas, respectivamente-). Las ERNC se diferencian de las megacentrales, para los efectos de este comentario, principalmente en la escala de generación y en la diversificación de los recursos utilizados. En cuanto a la escala, las ERNC tienen la cualidad de poder ser modulares: es decir, las centrales de generación pueden ser diseñadas para adaptarse a los recursos locales de forma distribuida, sin la necesidad de centralizar en un sólo punto una gran cantidad de potencia instalada y aumentar su capacidad gradualmente en el tiempo. La diversificación consiste en aprovechar los diferentes recursos disponibles en las cercanías de los lugares de consumo y en reducir la participación relativa de cada central generadora en la matriz. Se aprovecha así la complementariedad de fuentes que no están permanentemente disponibles, como aquéllas dependientes del sol y el viento, aumentando la estabilidad y seguridad del sistema.

Las ERNC tienen, por lo tanto, la ventaja de funcionar con insumos que se encuentran disponibles generosamente en Chile. Muy al contrario de lo que establecen sus detractores, estudios recientes afirman que la mayoría de las tecnologías asociadas al aprovechamiento de estas fuentes son ya competitivas frente a las existentes en la realidad chilena. Es más, a la veloz tasa de desarrollo tecnológico, lo serán aún más en las próximas décadas, considerando especialmente el elevado precio que tendrán los combustibles fósiles, cuando el agotamiento del petróleo sea inminente. Por otro lado, en cuanto al engañoso ataque por parte de los interesados en sostener inalterada su usura, que establece que las ERNC son mucho más extensivas en su demanda de superficie para generar electricidad, cabe señalar dos aspectos principales. En primer lugar, comparar en términos porcentuales el área inundada por HidroAysén en relación a la de las áreas protegidas que se verán afectadas, o incluso a la de la propia región de Aysén, concluyendo que ésta es una cifra despreciable, no tiene ningún valor en sí mismo, justamente porque las proporciones siempre pueden ser manipuladas a voluntad para esconder el verdadero impacto. Además, desconoce una serie de externalidades no contabilizadas, como por ejemplo los impactos de la monstruosa línea de transmisión asociada a las represas mismas. Comparar, por otra parte, cifras absolutas tampoco conduce a una conclusión favorable para las megacentrales hidráulicas: la actual tecnología de concentración solar permite generar una cantidad comparable a la de una central hidráulica convencional utilizando un área similar. En segundo lugar, como ya se ha destacado, no da lo mismo formular megacentrales alejadas de los puntos de consumo (lo que induce pérdidas por transmisión y un mayor impacto ambiental en áreas incluso protegidas) que centrales modulares más cercanas a ellos, en zonas no resguardadas para conservación, como podría suceder en el caso chileno, por ejemplo con zonas desérticas para la generación solar, eólica y geotérmica.

Además, las ERNC ofrecen una interesante posibilidad de innovación y desarrollo tecnológico nacional. Sin embargo, como lo sentencia Rodrigo Palma, para esto se necesita coraje y convicción. Nosotros agregamos que la voluntad política (reflejo de la voluntad popular) debe apuntar claramente en la dirección de un proyecto país definido, que precisa establecer, previamente, con qué objetivo queremos desarrollar las energías renovables. Esta decisión, por supuesto, se basa en un esquema valórico, como por ejemplo el establecido a partir de la búsqueda de equidad y justicia social. Hablamos entonces de energía para el verdadero desarrollo social, más que para el mero crecimiento económico. Energía generada para la construcción de un país en que, motivados por una verdadera democracia, los ciudadanos formamos parte activa del proceso, y somos más que simples contribuyentes a las estadísticas.

Las ERNC son definitivamente un elemento fundamental para la construcción de un Chile que se proyecte de verdad hacia un futuro más equitativo. Pero insistimos en que el tema de fondo es pensar y formular el futuro del país. Tengamos cuidado en qué es lo que exigimos cuando demandamos ERNC para Chile: fácilmente el movimiento ciudadano puede convertirse, sin pretenderlo, en una demanda neoliberal por un subsidio desmedido a empresas que, aunque desarrollen las ERNC, no se diferencien en nada en sus objetivos de las que lucran con la actual situación de Chile. Mantendríamos así la dependencia, tecnológica y no de recursos en ese caso, de los países más desarrollados. En este sentido, planteamos que la demanda por energía renovable en Chile debería incluir ciertos criterios irreductibles para un nuevo sistema, por ejemplo: sustentabilidad (que busque minimizar el impacto ambiental y asegurar su continuidad temporal), participación (al ser diseñado en función de las reales necesidades sociales), diversificación (que complemente diversas fuentes disponibles), generación distribuida (que rechace la lógica titánica de las megacentrales), autonomía de insumos (que acote la dependencia de factores externos a la realidad nacional) e innovación (que permita el desarrollo local de soluciones y tecnologías).
Ya contamos con el ímpetu y la efervescencia. Nuestro llamado es a ser actores de los procesos sociales y decisiones que definirán el futuro de nuestro país. Y no de una única manera: ¡a apagar las pantallas e inventar nuevas formas de informarse, discutir, exigir y construir!

Colectivo Viento Sur: http://colectivovientosur.wordpress.com
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