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Modelo económico y desigualdad.
Las brechas socioeconómicas se ensanchan en Chile

 

Pese a las altas tasas de crecimiento de la economía, a la disminución de las estadísticas de desempleo y al aumento permanente de las utilidades de las grandes empresas, la pobreza y la desigualdad en la distribución de la riqueza han aumentado en Chile durante los últimos cinco años: uno de cada cinco chilenos vive bajo la línea de la pobreza, en tanto uno de cada diez se apropia de más de 40 por ciento del total de los ingresos. Se trata de un fenómeno que ocurre bajo un modelo económico que presume de su vigor y estabilidad. El ensanchamiento de la brecha socioeconómica es un efecto natural del libre mercado desregulado. No importa si las vacas están gordas o flacas, la brecha se extiende tanto en tiempos de crisis como de expansión.
Durante enero los precios de los alimentos alcanzaron un récord en la historia económica moderna. El valor de los principales granos, como el trigo, maíz y arroz, estableció marcas no vistas en los últimos años y décadas, proceso impulsado por sequías derivadas del cambio climático, pero, principalmente, por la especulación en los grandes mercados. Así como durante los últimos meses el cobre, el oro y el petróleo ha tocado nuevos techos, también lo han hecho los alimentos: el índice de precios de alimentos llegó a comienzos de año al nivel máximo desde que comenzó a ser elaborado en 1990.
La FAO (Food and agriculture orgnization) ha advertido sobre las inmediatas consecuencias de este trance.  Durante los próximos meses los precios internacionales se traspasaran a las canastas de miles de millones de consumidores.  Un proceso inflacionario que se cargara, especialmente, a las familias más pobres.  Un proceso, dice la FAO, que se mantendrá durante los próximos meses con consecuencias aún impredecible: durante la crisis de los precios de los alimentos de 2007 – 2008, el Banco Mundial estimo que 870 millones de personas en los países en vías de desarrollo pasaban hambre o estaban desnutridas.  La FAO  calculo que ese número creció a 925 millones.
Las nuevas alzas en el pan, arroz, aceite, azúcar y otros alimentos volverán a abrir las brechas sociales y económicas  chilenas.  Cada peso adicional que paga una familia pobre por sus alimentos significa abrir nuevas carencias por otros lados.  Si consideramos un ingreso mínimo familiar  de 172 mil pesos y  el precio de una canasta básica  de alimentos establecida en casi 70 mil pesos,  una familia pobre dispone hoy de poco más de cien mil pesos descontando una muy precaria alimentación.
Las estadísticas oficiales elevaron durante el año pasado dos veces el número de pobres en chile.  El primer informe elaborado por el ministerio de planificación (Mideplan) publico los datos hasta  el 2009, los que registraron un aumento de la pobreza desde un 13,7 aquel  el 2006 a un 15,1 aquel año.  Durante el periodo medido más de 355 mil personas cayeron bajo la línea  de la pobreza, para elevar el número a mas de dos millones y medio.
La segunda rectificación considero los efectos del terremoto, los que se espesaron entre las   familias más pobres.  Según el estudio que realizo Mideplan (1),”en las seis regiones afectadas el doce por ciento de las personas del quintil más pobre experimentaron daño mayor o destrucción de la vivienda, comparado con un 4.6 por ciento en el quintil más rico”.

Uno de cada cinco chilenos es pobre.

El daño volvió a mover las estadísticas nacionales.  Dice el informe que durante el periodo analizado, un 10,5 por ciento de la población disminuyo sus ingresos cruzando el umbral de la línea de pobreza. Esto genera un aumento neto de pobreza a  nivel para la población presente en ambas rondas del panel de tres puntos porcentuales, de un 16,4 por ciento a un 19,4 por ciento aproximadamente” (2).
Es decir, casi un veinte por ciento de la población chilena vive bajo la línea de pobreza.  O una de cada cinco personas es pobre en chile.  Una condición en un  país cuyo producto anual per cápita asciende a casi 15 mil dólares, el más alto la Latinoamérica, pero que exhibe una de las estructuras  socioeconómicas más desiguales del mundo.  Aquella  misma  encuesta casen elaborada el 2009 constato no solo un aumento de la pobreza en el país durante la segunda mitad de la década pasada, sino también un ensanchamiento de las brechas de la distribución de la riqueza: “El ingreso monetario de los hogares ubicados en el primer decil (es decir aquellos cuyos ingreso están en el diez por ciento inferior del país) aumento desde $113.010ª $114.005 (en pesos de noviembre del 2009).  Esto corresponde a un aumento de un por ciento en términos reales.  Durante el mismo periodo, el ingreso monetario promedio de los hogares ubicados en el decil de mayores ingresos (X decil), aumento desde $.705.630 a $2.953.920 en pesos de Noviembre del 2009, lo que representa un aumento de nueve por ciento en términos reales”(3).
El ensanchamiento de la brecha ocurre durante  un periodo con un crecimiento promedio del producto cercano al tres por ciento  y con bajas tasas de desempleo.  Sucede  mientras las grandes corporaciones obtienen ganancias siderales.  Como ejemplo, basta citar a las grandes empresas mineras, las que ganaron el 2009, año de plena crisis y de contracción de PIB chileno, más de nueve mil  millones de dólares.  O también la banca, que el año recién pasado elevo en más de un veinte por ciento sus utilidades.  El ensanchamiento de la brecha socioeconómica  es un efecto natural del libre mercado desregulado.  La brecha se extiende tanto en tiempos de crisis como de expansión.
La abertura de esta zanja ocurre pese a las políticas asistenciales establecidas por la concertación y recogidas por el actual  gobierno de Sebastián Piñera.  Porque al observar el efecto de estas políticas públicas, vemos que la amortiguación de las diferencias es prácticamente nula.  El ingreso autónomo, que no considera los subsidios, del diez por ciento más pobre representa  solo el 0,9 por ciento del total de la renta, en tanto el del diez por ciento más rico representa  el 40,2 por ciento.  Con los subsidios, la corrección es mínima: 1,5 por ciento contra 39,2 por ciento (4).
Esta brecha toma características insondables en todas y cada una de las actividades sociales y humanas, desde la educación a la salud, de la diversión al empleo, desde el hábitat a la alimentación.
La educación,  otra causa de las desigualdades
La educción que es motor de la ascensión, en chile amplifica las diferencias.  Esta es la conclusión que surge tras observar los resultados de la última prueba SIMCE para estudiantes de Cuarto y Octavo Básico.  Si la función de la educación es reducir la brecha social heredada desde la cuna y aumentar las oportunidades, la chilena parece apuntar hacia la dirección opuesta: si en Cuarto Básico la diferencia promedio  entre los niños del nivel socioeconómico más alto respecto al más bajo es de 65 puntos, en Octavo  este margen sube a 73 puntos.  Y si atendemos a Matemáticas, esta diferencia es aún mayor: 72 puntos en Cuarto Básico y 98 en Octavo.  A mayor cantidad de años de estudio, mayor es la desigualdad  en los conocimientos.
Datos obtenidos de la prueba PISA publicados en enero consolidan a Chile como uno de los países mas segregados del mundo.  Con el actual sistema educacional, es prácticamente imposible que un niño conviva con otro de distinto nivel socioeconómico, lo que refleja no solo una educación rígidamente compartimentada, sino también espacios urbanos muy segregados.  Los pobres en sectores y en escuelas para pobres; los ricos en condominios y colegios privilegiados.  Dos mundos paralelos que no se tocan.  En el extremo opuesto a la ubicación de Chile aparece Noruega, país donde el 98 por ciento de los alumnos asiste a colegios públicos gratuitos.

El origen de las brechas.

 Las diferencias que constata la encuesta de Mideplan se expresan en todas las áreas y rincones de la vida cotidiana, pero es en la institucionalidad económica  y su sistema  productivo donde está la fuente de la brecha.  La economía de libre mercado desregulada, como gran motor de la segregación, ha modelado una estructura de los medios de producción concentrada en unos pocos propietarios.  Un proceso que no surge de la creación de más mercado, sino de la eliminación del mercado.  Cada punto de concentración de  las ventas significa cientos o millares de pequeños productores en la quiebra o en la subsistencia.
La excesiva concentración de mercados ya no está solo en los bancos, en la minería  o en las comunicaciones.  Ha penetrado con fuerza el comercio minorista, expulsado del mercado a las tiendas de vestuario (aquellas viejas boutiques), ferreterías y almacenes de barrio.  Hoy en día cinco grandes cadenas de  supermercados (cencosud, D&S, SMU Southern Cross y Tottus) tienen el 94 por ciento  de las ventas, en   comparación con el 65 por ciento del año 2004.  En solo cinco años desaparecieron más de 50 pequeñas y medianas cadenas de supermercados.
Un estudio de la Cámara Nacional  de Comercio ofreció cifras impactantes.  De los más de 300 mil establecimientos comerciales registrados en el país un 98 por ciento están en l categoría de medianas, pequeñas o microempresas.  Pero las grandes empresas del sector  que son  apenas el dos por ciento del total, concentran más de la mitad del total nacional de las ventas  (5).  Se trata de una distorsión que no solo se genera por los malls y grandes supermercados, sino en la  penetración  a través  de “tiendas de conveniencia” y formatos Express, en barrios y poblaciones, otrora territorio de almacenes, panaderías, ferreterías, bazares y botillerías.  En Chile no hay área  rentable o potencialmente rentable que no sea negocio de grandes corporaciones.  Hoy, en el extremo más alto, con orgullo se exhibe Falabella y Cencosud como unos de los mayores grupos de los retailers latinoamericanos: cencosud, con ventas por más de nueve mil millones de dorales, en tanto Falabella con 5.600 millones.
En  el comercio  el caso más característico de concentración y control de los mercados esta en las farmacias. Tres cadenas -Farmacias Ahumada, SalcoBrand y Cruz Verde- tienen hoy   más de 95 por ciento del total de las ventas de medicamentos y afines. ¿Cómo se llego a este extremo nivel de espesura? Quitando del negocio a cientos y  miles de pequeñas boticas de barrio.  Si en la década de los 70 existían unas dos  mil farmacias, hacia los noventa quedaban  no más de 1.600.  Hoy tras los procesos de fusiones y adquisiciones de los grandes grupos, unas 500 boticas se reparten ese cinco por ciento de las ventas.
Con la fuerte penetración de Sodimac, cosntrumat e Easy, hacia mediados de la década de los 90 le llego la hora a las ferreterías.  Si hace una década había en el país  unas ocho mil ferreterías, hoy un censo las cifra en unas 2.500. Una estadística que no relata las angustias y sufrimientos por esas miles de quiebras.
El poder ubicuo: la integración vertical.
El poder de las grandes corporaciones, que ha logrado penetrar hasta en los mercados más sencillos y humildes, ofrece una doble estructura: la integración  vertical.  Controlan no solo un sector de la economía, sino toda  la cadena  productiva.  Dominan no solo el comercio, sino la extracción, elaboración y distribución. La gran empresa adquiere características de ubicuidad, en tanto su afán de crecimiento y rentabilidad no solo las impulsa a ganar más mercados, sino a sacar del escenario por toda la cadena de producción y distribución a la competencia.  Es la naturaleza del libre mercado desregulado.
Tomemos algunos casos. La farmacia Cruz Verde, que tiene un 40 por ciento de las ventas de medicamentos, cuenta con el laboratorio MintLab  Co.  A través del que importa y fabrica genéricos.  En la distribución tiene a Socofar y el negocio financiero lo realiza a través de Solventa, aliada con CMR Falabella.  Farmacias Ahumada, que tiene más del 30 por ciento del mercado de medicamentos, produce sus fármacos a través del Laboratorio FASA.  La construcción de locales  la realiza con la inmobiliaria FASA.
En las tiendas de departamentos podemos citar Falabella, que tiene el 45 por ciento del mercado de este rubro.  Pero también lidera el sector de centros comerciales  con su participación en Mall Plaza, tiene el 36 por ciento del mercado de las ferreterías  y afines con Sodimac y una creciente presencia en el negocio financiero. Con CMR y el Banco Falabella  ya controlan el cinco por ciento del total de los créditos de consumo .
La banca tampoco es solo banca.  Los servicios “de apoyo al giro”, como agencias de seguro, corredoras de bolsa y financieras, entre otras, conforman una estructura vertical de enorme poder.  Por ejemplo, el Banco Santander, que tiene un 20 por ciento de los créditos, tiene también el siete por ciento del mercado de los seguros de vida y es socio de transbank, la entidad que administra las tarjetas de crédito y de debito.
De una situación similar gozan los bancos de Chile y el BCI.  Como dato de la causa, el Santander gano más de mil millones de dólares el 2010; el chile obtuvo 808 millones  y el BCI 474 millones.
¿Cómo podemos interpretar esta doble concentración?  Falta de competencia, poder ilimitado y deterioro de los empleos, lo que es, en el otro extremo, empobrecimiento y pérdida de poder.  Porque cuando  la economía crece, no todos los chilenos crecen por  igual, como se ha visto en la evolución de la distribución de la riqueza durante los últimos cinco años.  Porque si el país crece a un promedio del cuatro o cinco por ciento, las grandes corporaciones lo hacen, como la minería o la banca, a tasas sobre el veinte por ciento.
En el otro extremo están los trabajadores y las pequeñas empresas.  La evolución de los salarios y de las ventas apenas registra tasas del uno por ciento al año.  Una economía de varias velocidades que solo tiene una explicación: la apropiación de la riqueza, a través del control de los mercados, pero también por la utilización de mano de obra barata, desregulada y desorganizada por unas pocas gigantescas corporaciones.
Las autoridades económicas tienen como principal objetivo el crecimiento económico, visto como piedra angular de todo el resto de las políticas.   Se levanta la relación entre alto crecimiento y creación de empleo, pero una mirada a esta dupla durante los últimos  veinte años nos lleva a otra interpretación.  Aun cuando pueden admitirse algunos baches, son dos décadas de alto crecimiento y bajo desempleo.  Dos décadas que han careado uno de los países más desiguales del mundo, con una pequeña elite privilegiada, un quinto de la población bajo la línea de la pobreza  y una gran mayoría empobrecida.
¿Cómo solventa sus niveles de consumo la clase media? Simple.  No con mejores salarios, sino con mas endeudamiento, lo que finalmente redunda  en buenos negocios para la banca  y en un aumento de las diferencias en la distribución de los ingresos.  Si se revisa el nivel de endeudamiento de las familias chilenas durante los últimos años se puede observar un persistente aumento.  Desde el 2003  al 2008 la relación de la deuda sobre los ingresos disponibles pasó desde un 33,4 por ciento a un 60,2 por ciento, según se desprende de un informe del banco BBVA publicado el año pasado.  Este aumento constante de las deudas familiares se debe a que los ingresos, generalmente salarios, han crecido muy por detrás de los préstamos.
La salida hacia el desarrollo, entendido no como paraíso del consumo sino como dignidad y justicia, no está ni en las estériles políticas asistenciales ni en la fruición por el emprendimiento, entregado éste a la competencia voraz de las grandes corporaciones.  El desarrollo es la reducción de las brechas y el accedo  universal a todas las oportunidades.
Un organismo multilateral como la CEPAL concluye que hay una vía maestra para ajustar estas brechas: un pacto fiscal que permita al estado obtener mayores  recaudaciones para invertir en políticas  públicas, desde educación, salud y subsidios diversos.  Las otras, es contar con empleos mejor remunerados y mejores pensiones.  Pero el pacto fiscal es una de las herramientas para hacer una inversión sostenida, por ejemplo, en educación, la palanca básica para reducir la brecha social y apuntar hacia el desarrollo.
Chile registra una de las menores cargas tributarias de Latinoamérica  y del mundo.  Un estudio de Pricewaterhousecoopers y el Banco Mundial publicado en diciembre afirma que con una tasa promedio del 25 por ciento sobre las ganancias el país se ubica como la nación que menos impuestos tiene para las empresas en Latinoamérica, en tanto ocupa el puesto  26 entre las 183 economías que analiza el informe.
Si Chile quiere integrarse en pleno, y no sólo en la forma, al grupo de países de la OCDE, debiera acercarse a sus indicadores.  Pero la distancia es aún  enorme.  En 2007, la carga tributaria de los países de la OCDE fue del doble  de la de América Latina.  En el caso de Chile, debiera aumentar  la recaudación tributaria desde el 21 por ciento del PIB a cerca del 40 por ciento.  Por el momento, fundamentalista del libre mercado; además, un atentado contra los interese de las grandes corporaciones.

por  Paul Walder y Beatríz Michell
Fuente: Le Monde diplomatique/marzo 2011.

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