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Algo de fiesta tiene

 

De pronto, todo el mundo habla de política. Se supone que la gente estaba aburrida de eso, que había pasado a un estadio superior del desarrollo, donde los problemas reales de la gente (¿se acuerdan?) –el pichí de la guagua, los zapatitos del niño, la mina del café con piernas, el mall recién inaugurado- apenas dejaban tiempo para dedicarle a las vaguedades de la colectividad. A Lavín jamás se le pasó por la cabeza que podía encontrarse discutiendo acerca del lucro en la educación. Él era uno de los dueños de la Universidad del Desarrollo, y todavía nadie sabe cuántos millones se embuchó al vender su parte. Durante esos años, no existía nada más valorado que ganar plata.

“Los problemas reales de la gente” eran siempre de índole material. Un encuestólogo me comentó por esos días que ni la salud ni la educación encabezaban las listas de preocupaciones ciudadanas. Como promesa de campaña, rendía mucho más ofertar trabajo y mejoras inmediatas, tipo obras públicas. El alcalde de Las Condes hacía llover, fundaba playas a orillas del Mapocho y pistas de esquí con nieve de mentira. Así se hizo famoso, y no precisamente por su concepción humanista.

Cuando se sale a la calle, el móvil central es encontrarse con otros. Si se trata de protestar por la miseria, con otros igual de afligidos que, mientras se suman al reclamo, contienen y son contenidos. La verdadera soledad debe ser atroz. Eso que se llama “movimiento social”, esconde también el gusto de los otros, como la película de Agnes Jaoui. No es la pobreza, esta vez, la que ha salido a marchar. Sí el deseo de mayores posibilidades, democracia, igualdad, dignidad, y otra serie de conceptos sin traducción instantánea, sobre los que ningún columnista ha dejado de pronunciarse. Cuentan que al interior de La Moneda están desconcertados. Son muchos los que, desde ahí, cuestionan al presidente con desparpajo.

De HidroAysén se pasó a los gays y al movimiento estudiantil más grande de las últimas décadas. Los trabajadores de Codelco están haciendo cola para salir ellos, y también los trabajadores portuarios, los pescadores artesanales y la CUT, por el sueldo mínimo. Han sido varios los sindicatos que este último año se han independizado de los partidos políticos de La Concertación, aunque Arturo Martínez sigue ahí, por el momento, inmutable. No son pocos los que sienten planear el fantasma del paro nacional. No obstante, el país está en calma. Suena raro, pero es así. Nadie teme un descalabro. Si la lava fluye, habrá abierto caminos. Si se la combate más de la cuenta, se corre el riesgo de que exploten cráteres en el futuro.

Acaba de hablar Piñera por cadena nacional. A su espalda, montones de banderas chilenas, y a su lado, Joaquín Lavín, blanco como un pan crudo. La verdad, de buenas a primeras entendí poco. Ya de antes se sabía que distinguiría entre universidades estatales, privadas sin fines de lucro, y otras con. Estas últimas no recibirían ayuda directa del Estado, aunque sus alumnos podrán postular a becas públicas.

Primera pregunta: ¿A la hora de invertir los recursos, se privilegiará el gasto en los establecimientos estatales o en las asignaciones individuales? Porque si es lo segundo, como parece que dejó entrever, quedamos donde mismo. Aseguran que el presidente le pasará la pelota al Congreso, y los estudiantes quieren resolver el asunto con el mismísimo Piñera. Apenas terminó de hablar, los dirigentes universitarios se lo metieron al bolsillo. Yo le temo al cansancio y a la fragmentación, aunque acá, como en las playas revueltas, no alcanza a estallar una ola cuando llega otra, y otra, y otra. El malestar no es puntual. También tiene algo de fiesta todo esto –baste mirar la onda carnavalesca de las marchas-, y no se ve que la gente tenga ganas de dormir.

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