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El partido del orden toma control de la agenda oficialista

 

Fue hace dos semanas cuando el ministro Marcelo Díaz, en un encuentro de la Cámara Nacional de Comercio (CNC), dijo que “si no crecemos, y si no crecemos como debemos crecer, las reformas sociales que proponemos se inviabilizan". Este fue un síntoma de que se había puesto en marcha nuevamente el mecanismo de Chantaje Histórico, psicosis con la que cada cierto tiempo la elite dirigente del PS coacciona a la organización y que tiene como trasfondo la tesis que, desde inicios de la transición, parte de sus dirigentes establecieron como dogma.

En un mes en que se ha evidenciado una arremetida del partido del orden –Burgos en Interior, Valdés en Hacienda, mientras el dúo Schilling-Andrade presenta un estrafalario proyecto de Constitución propia, todos trabajando por rebajar el ímpetu reformista del Gobierno–, la Presidenta acaba de presentar, sin la presencia de los jefes de partido, a su nuevo ministro de la Secretaría General de la Presidencia.

Desde hace meses, Nicolás Eyzaguirre, en un contexto de desconfianza generalizada de la Mandataria no sólo hacia los partidos sino hacia parte de sus propios círculos de trabajo, se había venido transformando, al parecer, en su colaborador político más estrecho. En una semana donde la Presidenta casi todas las mañanas venía presentando iniciativas legislativas, surgía la duda acerca de quién tramitaría esos proyectos, dada la inusitada acefalía de más de dos semanas en la Segpres.

Con la designación del ex hombre fuerte de Hacienda (2000-2006) y Educación (desde 2014), hay una cara visible y empoderada para cumplir esa tarea. La demora probablemente tuvo que ver con esperar a que Nicolás Eyzaguirre controlara el paro de los profesores, lo que en medio de maniobras bastante incomprensibles finalmente no logró. Y fue, así, nombrado en La Moneda en un nuevo acto de cesarismo presidencial, pues los partidos de la coalición no parecen haber sido consultados en absoluto sobre las designaciones, lo que abre nuevas interrogantes.

 ¿El nuevo hombre fuerte de La Moneda?

Cuando ya se empezaba a evidenciar una falta de empatía entre la Presidenta y su nuevo ministro del Interior –quien durante toda la semana previa estuvo malhumorado respondiendo no muy amistosamente las preguntas de los periodistas de Palacio– y cuando todos pensábamos que cerraríamos otra semana sin el ministro responsable de coordinar las iniciativas legislativas del Ejecutivo y el menos visible trabajo de coordinación interna del Gobierno, se produjo la designación.

El nombramiento de Eyzaguirre empieza a aclarar el panorama político. Con su instalación en la Segpres, Bachelet decide, por primera vez desde la salida de Peñailillo, colocar en el gabinete político a un interlocutor que cuenta al parecer con su confianza, pero ahora con más trayectoria. Con Peñailillo la relación era más bien de dependencia, pues era un estrecho colaborador que había sido un invento suyo. La compleja situación judicial por la que atraviesa hoy el ex ministro del Interior de manera más bien solitaria revela el abismo que se generó en esa antigua amistad y, de paso, confirma una variable histórica de la personalidad de la Presidenta: la tendencia a romper drásticamente con sus previos círculos más estrechos.

Con la llegada de Eyzaguirre a la Segpres, dicho ministerio se dota no solo de quien, hoy por hoy, se ha transformado en uno de los colaboradores más cercanos de Bachelet –cabe recordar las dos extensas jornadas para abordar la reforma educativa en que hubo una suerte de diálogo solo entre ambos, mientras los otros ministros y equipos asistían como meros espectadores, o las veces en que Bachelet lo respaldó en sus desaciertos comunicacionales– sino también de un personaje con trayectoria previa para abordar la relación con un Legislativo que atraviesa por un cuestionamiento generalizado por las esquirlas de la revelación del financiamiento ilegal de la política por la gran empresa.

El escenario de desorden y paralización en el Gobierno es de tal magnitud, que una simple declaración del ministro Valdés llamando a la responsabilidad –aunque le extrañe al Ejecutivo, ¿acaso alguien no intenta cada día ser responsable?– es celebrada como una verdadera tesis o guía para la acción y, de paso, hace que el secretario de Estado, sin proponérselo y ante la deriva generalizada, se tome la agenda pública, con la inesperada ayuda acrítica del PS.

El ascenso de Eyzaguirre al gabinete político será, también, un contrapeso de un solitario Burgos que estaba empezando a tomar algún grado de control de la agenda gubernamental, junto con el ministro Valdés. La ascendencia del ex ministro de Educación sobre uno de sus más estrechos colaboradores cuando fue ministro de Hacienda, más su paso por la cartera más compleja y donde hay más promesas comprometidas, puede significar que Eyzaguirre desempeñe un papel principal en el actual gabinete.

Aunque su arribo puede hacer que se repita el síndrome de soledad de los ministros de Interior DC que ha tenido Bachelet, si ambos leen bien la realidad del actual poder gubernamental y sus precariedades, podrían cambiar la historia conocida y establecer una buena alianza que se traduzca en réditos para un complicado Gobierno que necesita ofrecer buenas noticias y reencaminar su agenda.

Educación: se acabó la reforma sin diálogo

Desde que el año pasado se difundió el proyecto de “fin al lucro, el copago y la selección”, la iniciativa legislativa enfrentó el fuego cruzado desde la derecha y la izquierda. La primera puso el acento público en los supuestos peligros para la libertad de enseñanza que acarrearía consigo el proyecto, pero en el fondo quería impedir cualquier mayor control sobre el uso de los recursos de la subvención y las enormes utilidades privadas que permite; la segunda, en tanto, alegó que la reforma no había partido por lo más obvio: el fortalecimiento de la educación pública.

Si bien al principio el ministro se despachó unas declaraciones para el bronce que lo hicieron aparecer como estrella del gabinete, ofreciendo diálogo a todo el mundo, lo cierto es que luego la reforma comenzó a tener serios problemas, empezando por la falta de financiamiento. Desde un primer minuto, diversos economistas diagnosticaron las deficiencias del proyecto de reforma tributaria y que esta, especialmente en su versión concordada con la derecha, no reuniría los recursos para financiar el prometido cambio educativo.

Eyzaguirre se fue, además, enredando en las explicaciones sobre el motivo por el cual la reforma había partido por las escuelas particulares subvencionadas, en vez de fortalecer los colegios públicos: a unos dijo que cuando llegó a la cartera no se encontró con ningún estudio para iniciar su trabajo y tuvo que improvisar; a otros señaló, que el mundo particular subvencionado era el corazón del problema y había que partir por ahí; en diversos espacios indicó que, si partía por lo público, se sometería a una guerra de trincheras con la derecha de la cual sería difícil salir airoso; por último, señaló que no había recursos para haber comenzado con una oferta concreta para las escuelas públicas.

En la medida en que avanzó en su gestión, fue saliendo el Eyzaguirre de siempre: soberbio y autosuficiente. Al punto que el pasado 10 de junio estaban en paro todos los hipotéticos beneficiarios de la Ley de Inclusión – alumnos, profesores y funcionarios del Mineduc–, en tanto los sostenedores particulares subvencionados  –los que perderían con la reforma– en un 99% estaban iniciando el trámite para modificar su estatuto jurídico y acogerse a los beneficios de la nueva ley. Con el largo paro docente y un Congreso con poca legitimidad para legislar, la reforma estaba en un punto muerto.

La designación de Adriana Delpiano vino a poner un poco de oxígeno a un enfermo que está en la UTI.

No es casual que la designación de la ex directora ejecutiva de la fundación Educación 2020, y actualmente jefa de asesores de la Subsecretaría de Educación, haya sido celebrada hasta por los dirigentes del gremio. La militante del PPD de antiguo compromiso político –militó en el MAPU desde los años 60, vivió en el exilio en México y fue ministra de Frei y Lagos– viene a aportar un estilo dialogante a una cartera que, cada vez con más frecuencia, estaba siendo acusada de autismo y encierro.

Delpiano garantiza que habrá diálogo sostenido con los diversos actores de la educación. Lo que está menos claro es que, debido a los problemas profundos por los que atraviesa la cartera, ella sea la personalidad política con el tonelaje necesario pasar sacar a flote un transatlántico que se hunde. Veremos si Adriana Delpiano puede sacar adelante este desafío o, por el contrario, aportará solo un nombre más a larga estadística que indica que en los tres últimos gobiernos los ministros deEducación promedian un año de duración, incluyendo dos que fueron destituidos mediante acusación constitucional.

El PS: de nuevo de la vanguardia a la retaguardia

Fue hace dos semanas cuando el ministro Marcelo Díaz, en un encuentro de la Cámara Nacional de Comercio (CNC), dijo que “si no crecemos, y si no crecemos como debemos crecer, las reformas sociales que proponemos se inviabilizan".

Este fue un síntoma de que se había puesto en marcha nuevamente el mecanismo de Chantaje Histórico, psicosis con la que cada cierto tiempo la elite dirigente del PS coacciona a la organización y que tiene como trasfondo la tesis que, desde inicios de la transición, parte de sus dirigentes establecieron como dogma: una versión sesgada sobre la relación del partido con el Gobierno de Allende que pone el énfasis en la falta de apoyo a su proyecto y su gestión, tesis además cómoda para validar los oportunismos políticos actuales y la subordinación a los intereses de la oligarquía económica que facilitan las expectativas de aquella parte de la militancia aspiracional ávida de cargos públicos, que ojalá después se traduzcan en ofertas laborales privadas sustanciosamente remuneradas.

En paralelo, los 17 diputados del PS le entregaban un documento –Un Nuevo Contrato– al ministro del Interior en un sentido semejante. Según se señaló, “no se trata de abandonar las reformas que están en curso, apuntan a que tan importante como estas, es diseñar una batería de iniciativas que tengan impacto en el quehacer cotidiano de la ciudadanía, las que –de acuerdo a lo que apuntan algunos parlamentarios– deberían centrarse en temas como salud o seguridad”.

El chantaje continuó luego con las periódicas declaraciones de Camilo Escalona sobre la necesidad de equilibrio y estabilidad políticos y siguió con la escandalosamente pro empresarial intervención del ministro de Energía Máximo Pacheco (ex director de empresas del grupo Luksic) en el pleno del Comité Central del PS, quien en un evento del partido –que hipotéticamente representa a los trabajadores– subrayó los supuestos problemas de “autoestima” de los “emprendedores” por la situación derivada de la corruptela en que ellos mismos transformaron a la política chilena.

De paso, advirtió que estaba allí no solo como ministro de Energía sino como parte del comité económico de ministros, que la crisis está en ciernes y que “los enormes esfuerzos que está realizando el fisco no logran acelerar el debilitado crecimiento.  Y eso porque el 80% de la economía de nuestro país es privada. El ritmo de la economía depende del sector privado de aquí para adelante”, cuestionando todo el esfuerzo exitoso de las políticas contracíclicas iniciadas en el año 2000 y que ahora están llamadas nuevamente a actuar para reactivar la economía.

La intervención de la presidenta del PS, la senadora Isabel Allende, quien –según una versión de Emol (28 de junio de 2015)– se reunió, en forma previa a la realización de pleno del comité central del PS, con la dupla Burgos-Valdés para acordar criterios, hizo con esto que no fuese casualidad lo que dijo luego en el pleno, donde reafirmó la preocupación por la situación económica, contribuyendo al operativo de “rebaja de expectativas” del partido del orden.

La declaración final del evento reiteró que “el Partido Socialista de Chile tiene plena conciencia que estamos frente a un lento crecimiento y una menor recaudación fiscal, lo que nos obliga a priorizar e introducir gradualidad en la realización de las reformas, ante la imposibilidad de efectuarlas todas simultáneamente. Tenemos que asumir responsablemente las complejidades que derivan del difícil momento económico, hacernos cargo de ellas, y señalarlas con franqueza y sinceridad ante la ciudadanía”.

Faltó poco para cuestionar las reformas, que en materia de educación implican un gasto importante a la altura de la promesa hecha a la ciudadanía, que debiera absorber sin problemas excesivos un gasto público que crezca en los próximos tres años al menos al ritmo del crecimiento potencial de 4-5% (y más si es necesario reforzar la lógica fiscal contracíclica).

Pero la reforma laboral implica poco gasto público. Y es ahí donde tal vez apuntan los intereses oligárquicos: crear un clima para deslavar totalmente una ya tímida reforma e impedir a toda costa la negociación más allá de la empresa, que es lo que garantiza las sobreutilidades empresariales, junto a la ausencia de cobro efectivo del valor de los recursos naturales. Es decir, garantizar la permanencia del capitalismo salvaje a la chilena.

El escenario de desorden y paralización en el Gobierno es de tal magnitud, que una simple declaración del ministro Valdés llamando a la responsabilidad –aunque le extrañe al Ejecutivo, ¿acaso alguien no intenta cada día ser responsable?– es celebrada como una verdadera tesis o guía para la acción y, de paso, hace que el secretario de Estado, sin proponérselo y ante la deriva generalizada, se tome la agenda pública, con la inesperada ayuda acrítica del PS.

El llamado al orden continúa después con la polémica con que el PS se enfrenta a su ex militante, el senador Alejandro Navarro, por llamar a los senadores que recibieron aportes reservados de empresas a reconocerlos. Como se sabe, está en juego la legitimidad de una Ley de Pesca influida por los aportes de Corpesca, del grupo Angelini, y probablemente las demás grandes empresas del sector.

Arde Troya y los senadores Allende y Letelier – la primera se abstuvo cuando se votó la ley, mientras el segundo dio su voto favorable– piden que se retracte o abandone la vicepresidencia del Senado. A su vez, el secretario general del PS, Pablo Velozo, miembro del grupo llamado “tercerista” –que cuenta entre sus filas con un equipo especializado en hacer crujir y debilitar sindicatos desde sus empleos en grandes empresas en las gerencias de recursos humanos–, le da un ultimátum al jefe del MAS que puede terminar en su destitución de la vicepresidencia de la Cámara Alta.

Por último, en un evento de la Juventud Socialista, cuyo propósito es conmemorar los 40 años de la desaparición de la primera dirección clandestina del PS que encabezaba el diputado Carlos Lorca, un ex miembro de ella, Mario  Fellmer, dice que durante la UP el comité central votó la salida del Gobierno del PS y que esta se perdió solo por un voto. Por cierto, la falsedad de la afirmación no resiste análisis, pero sirve para condimentar la puesta en escena del chantaje periódico con que el conservadurismo partidario tensiona al PS en momentos decisivos de cambio, para enrolarlo en las filas del partido del orden y que todo vuelva a la normalidad: de la vanguardia a la retaguardia, como lo señaló un viejo militante.

Y, a pesar de tanta docilidad, de tanta disposición al orden, no ha habido premio. En las disquisiciones de la Presidenta, la relación con su partido de proveniencia parece estar más marcada por los traumas de la difícil historia de su generación que por compartir un proyecto de largo alcance. Nuevamente en el cambio de ministros el PS no se ha llevado nada y su incidencia en la orientación del Ejecutivo parecer ser nula, aunque será la organización de la actual coalición que pagará el costo mayor si el Gobierno no despega. Y si no deja la impronta de un proyecto político a seguir desarrollando, que parecería percibirse con la declaración sobre de la desigualdad como el principal problema de Chile y de la estrategia de reformas como el medio para superarlo.

El partido del orden parece una vez más estar ganando la partida, mientras por debajo el descontento y el enojo con las representaciones políticas crecen en la sociedad, con impredecibles consecuencias, pues, como se sabe, ella no hace operaciones comunicacionales.

por Edison Ortiz, El Mostrador

 

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